Título: Blade
Director: Stephen Norrington
Año: 1998
Guión: David S. Goyer
Intérpretes: Wesley Snipes (Blade), Stephen Dorff (Deacon Frost), Kris Kristofferson (Whistler), N' Bushe Wright (Karen), Donald Logue (Quinn), Udo Kier (Dragonetti)
Si nos retrotraemos a principios de los 2000
y repasamos el listado de películas de terror que lo petaron, enseguida nos
encontraremos con algunas de esas cintas de acción mal clasificadas dentro de
dicho género. Con Resident Evil y Underworld a la cabeza, todas estas
películas compartían una estética común: cuero negro, estética videoclipera con
las secuencias de acción montadas a 50 planos por segundo, música electrónica
con alguna raperada de por medio y actores de mierda de protagonistas. Muchos
dirán que esto es una prueba más del daño que hizo a la industria el fenómeno Matrix, pero hoy vengo a recordar que ya
antes de esta había ejemplos previos de esta corriente tan curiosa como odiosa.
El cazavampiros Blade siempre ha sido un
secundario de lujo en los tebeos Marvel. Desde su aparición en las páginas de La Tumba de Drácula hasta sus
apariciones más recientes como inesperado héroe en el último volumen de Poderosos Vengadores, “El que ha visto el sol” ha tenido sus
momentos más o menos gloriosos, pero nunca ha sido una de las grandes bazas de
la editorial. Por tanto, no es de extrañar que a la hora de adaptarlo al cine,
la poderosa compañía diera luz verde a una película que tiraba más hacia la
serie B y la calificación para mayores de 18 años. No había motivos para no
hacerlo. Y he aquí que tenemos la primera entrega de la que acabaría siendo una
trilogía.
Eric Brooks, más conocido como Blade, es un
hombre mitad vampiro, mitad humano, capaz de caminar a plena luz del día pero
dependiente del plasma sanguíneo para su subsistencia, que lleva años cazando
chupasangres obsesionado con la idea de encontrar al vampiro que infectó y
acabó con la vida de su madre. Junto a un reducido grupo de aliados, su camino
le llevará a cruzarse con Deacon Frost, un líder vampiro que pretende invocar a
un antiguo dios de la sangre llamado La Magra para lograr por todas la
supremacía de su raza frente a los seres humanos.
En primer lugar, he de decir lo fascinante
que me parece todo ese universo vampírico que nos presenta la película, en el
que los chupópteros básicamente se dedican a ir a raves, matar peña y consumir
su sangre con avidez. Y es que, salvo en un par de ocasiones en las que vemos
reuniones de los vampiros más poderosos al más puro estilo club Bildeberg,
todos los encuentros de Blade con los vampiros tienen lugar en fiestas
nocturnas, ya sean en garitos subterráneos o en pisazos de lujo. El mantener a
Blade como un personaje urbano y apegado a las calles es todo un acierto, así
como todo ese origen y esos personajes secundarios que se sacan de la manga y
que ayudan a empacar un argumento que, por otro lado es tan sencillo y
predecible como podría ser un cómic de este personaje. Un trabajo decente de
David S. Goyer, que en años posteriores a esta película se mostraría como un
referente dentro del cine de superhéroes, siendo responsable de los guiones de
la trilogía de Batman de Christopher Nolan o de El Hombre de Acero de Zach Snyder entre unas cuantas otras cintas
del género.
El guión de la película estuvo circulando por
las productoras durante unos cuantos años antes del inicio de la producción, y
múltiples negros fueron barajados como posibles protagonistas. Denzel
Washington y Laurence Fishburne fueron considerados para el papel, pero por
aquel entonces Wesley Snipes se encontraba en conversaciones con Marvel para
protagonizar una posible adaptación de los tebeos de Pantera Negra y fue el que
se acabó quedando con el rol protagonista. No sé como lo habrían intepretado
otros actores, pero lo que sí sé es que Wesley Snipes aparte de ser un actor de
mierda (y, actualmente, ex-presidiario) es un señor sin carisma alguno que tira por los
suelos toda la posible gracia que pudiera tener el personaje y lo convierten en
un protagonista soso de pelotas (tampoco estoy pidiendo actorazos, joder, las
grandes figuras del cine de acción nunca han sido grandes intérpretes pero por
lo menos tenían una chispa con la que ganarse al espectador).
Originalmente se planeó que el antagonista de
la película fuera el vampiro Morbius, pero una serie de problemas con la
propiedad de los derechos cinematográficos de Spiderman (tebeo al que está
vinculado dicho personaje) hicieron esto imposible, así que una vez los
responsables de la peli se sacaron de la manga esta reinterpretación de un
villano de segunda como Deacon Frost. Para interpretarlo recurrieron a Stephen
Dorff, un cutre de tomo y lomo y un actor bastante penoso que se casca aquí la
que posiblemente sea su interpretación más
conocida hasta la fecha. Pero no es la única cara medianamente reconocida del
elenco. Acompañando a héroe y villano tenemos a Kris Kristofferson (reconocido
fundamentalmente por su participación como co-protagonista en Pat Garrett y Billy el Niño de Sam
Peckinpah) interpretando a Whistler, una especie de Van Helsing trasnochado que
es posiblemente el mejor personaje de la película. También podemos encontrar en
el reparto al eterno secundario de inquietante rostro Udo Kier, a un secundario
eterno como es Donald Logue (actualmente alzándose como Harvey Bullock en la
serie de Tv Gotham) y a la ex-actriz
porno Traci Lords haciendo un cameo de pocos minutos.
También en un principio se planteó como
posible director al señor David Fincher, pero cuando este huyó con el rabo
entre las piernas acabó dirigiendo el cotarro Stephen Norrington, un señor
prácticamente novato y que tras ser responsable del deleznable espectáculo de
cámaras y montaje de esta película volvió a cubrirse de gloria unos cuantos
años después adaptando el mítico tebeo de Alan Moore La Liga de los hombres extraordinarios, adaptación que, dicho sea
de paso, fue la causante de que no haya vuelto a sentarse en la silla de
director desde entonces.
Blade nos ofrece una adaptación de
cómic que se inmiscuye en el subgénero vampírico sin autocensura ni cortapisas.
Acción, chulería, algo de gamberrismo…una macarrada que podría tener todas las
papeletas para, por lo menos ser un divertimento decente. Y aun así, es una
película que me termina aburriendo, algo de lo que es culpable sobre todo su
protagonista y el asqueroso trabajo de dirección que ya he comentado repetidas
veces. La película partía de un presupuesto
de 45 millones de dólares y logró recaudar casi el triple de este,
llegando a coronarse como número uno en su primer fin de semana en España. En
cualquier caso, dio dinero más que de sobra para que acabara convirtiéndose en
una trilogía, y tendríamos que esperar hasta la tercera parte para encontrarnos
con un villano clásico de los tebeos del cazavampiros como es Drácula. Pero
antes, pasaríamos por el visionado de…
Título: Blade II
Director: Guillermo del Toro
Año: 2002
Guión: David S. Goyer
Intérpretes: Wesley Snipes (Blade), Kris Kristofferson (Whistler), Leonor Varela (Nyssa), Ron Perlman (Reinhardt), Norman Reedus (Scud), Luke Goss (Nomak), THoms Kretschmann (Damaskinos)
Blade II. Segunda entrega de la trilogía
con Wesley Snipes de nuevo a la cabeza y David S. Goyer a los guiones quien en
esta ocasión se curra una historia algo más original: una raza nueva de
vampiros, los Segadores, que predan sobre los propios chupasangres está
causando estragos dentro del submundo vampírico. La situación llega a tal punto
que un gran señor de los chupópteros recluta a Blade para que se ponga al mando
de una cuadrilla de guerreros vampiros de élite para atajar el problema de una
vez por todas, iniciando una cacería en la que no todo es lo que parece.
Una secuela que mejora en todos los sentidos
a la primera parte. Un Wesley Snipes al que, a pesar de seguir siendo un actor
de mierda, por fin le sacan algo de jugo en situaciones en las que muestra una
simpática química con los personajes de Whistler (interpretado una vez más por
el señor Kris Kristofferson)y Reinhardt (encarnado por uno de los feos ilustres
de Hollywood, Ron Perlman). Un reparto repleto de caras conocidas: el
mencionado Ron Perlman, Norman Reedus (Daryl en The Walking Dead y co-protagonista de uno de mis placeres culpables
favorito, Los Elegidos), Karel Roden
(Rasputín en Hellboy),Luke Goss (que
interpretaría al villano de Hellboy II
y al piloto de carreras Frankenstein en dos de las tres entregas de la
saga-reboot Death Race de Paul W.S.
Anderson), el ahora archiconocido Donnie Yen en uno de sus primeros papeles en
Hollywood (quien también ejerce las labores de coreógrafo en alguna de las
mejores escenas de acción del film), el alemán Thomas Kretschmann (conocido por
su papel de oficial nazi en El Pianista
y también por su breve paseo por el Universo cinematográfico Marvel encarnando
al Barón Strucker) y un cameo del caricato persona, Santiago Segura. Junto a
tanto rabo, un papel femenino secundario que pasó por las manos de pibones como
Asia Argento, Kristanna Loken o Elena Anaya y que acabó recayendo en la chilena
Leonor Varela, que ni está tan buena ni queda tan resultona como lo habría
hecho cualquiera de las otras candidatas.
Al mando del barco, un señor que ganó el
prestigio para, en los últimos años, ser ninguneado: Guillermo del Toro. Por aquel entonces
Guille (su madre le llama Guille y yo le llamo Guille) ya había dirigido un
encargo para Hollywood, Mimic, y una
cinta de prestigio, El espinazo del
diablo. Con Blade II detecto que
Del Toro está ensayando para la que fue su gran catapulta al estrellato dos
años después: Hellboy. Aunque copia
en parte el estilo videoclipero de Stephen Norrington si que se asegura de que
el montaje de las escenas de acción no sea tan atroz y alocado como en la
primera entrega e incluso llega a dejar quieta la cámara en ciertos momentos y
a introducir puntualmente el bullet-time, consecuencia inevitable de la cátedra
sentada por Matrix, en un estilo que
es muy similar al que utilizaría luego más depurado en la ya mencionada Hellboy. Pero no acaban las similitudes
con su carrera posterior aquí. Y es que ya empieza a asomar la cabeza el
verdadero talento de Guillermo del Toro que no es estar tras la cámara, sino
coordinar la creación de monstruitos y ambientes fantásticos. Así tenemos por
ejemplo a unos vampiros embozados en un “traje de infiltración” que recuerdan
poderosamente al Kroenen de la ya mentada Hellboy
(cosa que no es de extrañar, pues el propio Mike Mignola, creador de los tebeos
del demonio de la mano de piedra, aparece acreditado como artista conceptual) y
unos vampiros Segadores que son prácticamente un calco de los que aparecerían
más de diez años después en la serie de TV The
Strain (la de los vampiros con la lengua-aguijón retráctil y que transmitían
la infección a través de unos asquerosos gusanos), adaptación de una trilogía
de novelas escritas a pachas entre el propio Del Toro y el escritor
norteamericano Chuck Dixon.
Y tampoco tiene mucho más que contar. Una
secuela más divertida, menos pesada, con un casting más acertado y simpático,
un protagonista ligeramente mejor respecto a la primera entrega, un guión más
trabajado y una dirección y una estética que, aunque tira repetidas veces de un
CGI ya cantoso aunque no doloroso, está mucho más cuidada que en su
predecesora. El resultado, la entrega de la trilogía mejor valorada por crítica
y pública y una película que, costando poco más que la primera, lo petó en todo
el mundo recaudando más de 150 millones de dólares, dinero más que suficiente para,
como he mencionado anteriormente, asegurar una tercera entrega que acabaría
siendo la tapa del sarcófago para el cazavampiros al menos hasta que a Marvel
se le ocurra rescatarlo de nuevo del ostracismo. Y es que no son pocos los
rumores que apuntan a que a no mucho tardar volveremos a oír hablar de “El que
ha visto el sol” en el terreno audiovisual. Si tendrán en consideración esta
trilogía de pelis o recurrirán de nuevo al señor Wesley Snipes es algo que sólo
el tiempo podrá revelar.
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