Título:
Miedo en la ciudad de los muertos vivientes (Paura nella citá dei morti viventi)
Director:
Lucio Fulci
Año: 1980
Guión:
Dardano Sacchetti
Intérpretes:
Catriona MacColl (Mary Woodhouse),
Christopher George (Peter Bell), Carlo de Mejo (Gerry), Janet Agren
(Sandra), Antonella Interlenghi (Emily
Robbins), Giovanni Lombardo Radice (Bob), Fabrizi Jovine (Padre William Thomas)
Mi experiencia con los directores míticos del cine de terror
italiano de los 80 es extremadamente limitado, tanto en lo referente a
exploiters sinvergüenzas y manazas excesivamente reivindicados por fans
gilipollas (que los hay a patadas) como a directores buenos de verdad (un círculo que prácticamente se reduce a
Argento y Mario Bava). Uno de los personajes más reconocidos de este mundillo
es Lucio Fulci, del que ya hablé algo en su momento en la reseña que hice de la
única peli suya que había visto hasta el momento, El destripador de Nueva York.
Este señor, como tantos otros directores italianos, se curte en el spaghetti
western, la comedia y en exploitations de distinta naturaleza, tonteando un
poco con el giallo incluso, antes de saltar al cine de terror, donde ya se
asentó definitivamente en los años dorados de su carrera consagrándose como uno
de los más míticos de este grupúsculo de autores.
Miedo en la ciudad de los muertos
vivientes surge como una consecuencia directa del debut de Fulci en el cine de
terror, Nueva York bajo el terror zombies (o, como se la conoció en USA y otros
mercados extranjeros en un claro ejemplo de oportunismo aprovechando el tirón
de las pelis de George A. Romero, Zombi
2), y al igual que esta, intento aprovecharse de la moda zombi de la época
lanzándose en territorio americano como Twilight of the Dead (acaso un intento
de hacerse pasar por una secuela de Dawn of the Dead , aka Zombi para los
españoles). Para disgusto de aquellos que pusieron pasta para el proyecto, la
distribuidora de la susodicha peli de Romero les puso sobre aviso con una
amenaza de pleito (que llegó en un momento en el cual ya se habían fabricado
posters y demás material publicitario con el título original, el cual se dice
que directamente fusilaba el arte original de Zombi) y tuvieron que dar marcha
atrás lanzando la peli en USA como City
of the Living Dead (aunque dependiendo de donde uno busque también se la puede
encontrar como Fear in the city of the Living Dead o Gates of Hell).
El film nos cuenta como en un pueblecito
norteamericano un párroco se suicida colgándose de un árbol del cementerio local,
hecho que provoca que en ese lugar se abra un portal al infierno, lo que
desencadena fenómenos extraños, apariciones espectrales y el alzamiento de los
muertos desde sus tumbas. Así, una médium que tiene una visión de todo el
percal durante una sesión de espiritismo y un periodista que tropieza
accidentalmente con la historia se lanzarán en una carrera contrarreloj para
detener el inminente apocalipsis.
Hay quien dice ver referencias a Edgar
Allan Poe en la película, otros afirman que es una trama muy Lovecraftiana (una
sucia mentira, las referencias al escritor de Providence comienzan y acaban con
el guiño que supone el nombre del pueblo donde transcurre la acción, Dunwich).
Yo lo que veo es un argumento muy simple que es una mera excusa para mostrar lo
que verdaderamente interesante de estas pelis y por lo que son reconocidas al
final, la casquería, intercalando burradas con escenas de personajes
elucubrando sobre los hechos acaecidos y unos protagonistas que se toman la
tarea de salvar con total y absoluta parsimonia, todo hecho de una manera
bastante torpe e inconexa (las transiciones entre escena y escena no es que
sean cortes, es que directamente mutilan el metraje).
Si bien considero que El destripador de
Nueva York es más bruta, Miedo en la ciudad de los muertos vivientes tampoco se
queda demasiado rezagada al respecto. De los momentos particularmente gore que
tiene la cinta destaca por asqueroso y
efectivo aquel en el que una de las actrices vomita sus propias vísceras, escena
para la cual Fulci instó a la pobre infeliz a ingerir tripas de cerdo para
posteriormente deglutirlas, en una de esas decisiones que hizo que el italiano
no acabara cayendo demasiado bien a los miembros del reparto. Junto a esta han quedado en la memoria del fandom la escena
de la lluvia de gusanos (para la cual se utilizaron dos máquinas de viento y 10
kg de gusanos reales), la perforación craneal realizada a uno de los personajes
con un taladro eléctrico y la secuencia final que te deja con una sensación de
incertidumbre absoluta por no decir de “What the fuck!”. Sobre esta última
escena corren toda una serie de teorías que intentan explicar el resultado
visto en el montaje final. Hay quién dice que este fue totalmente intencionado
y que la versión vista es la única que se rodó, hay quien dice que parte del
celuloide correspondiente a las tomas finales se dañó durante el montaje y que
se tuvo que improvisar una solución apresurada con el material que se pudo
rescatar, y hay quien directamente afirma que el propio Fulci, con todo el
metraje rodado ya, cambió de idea sobre cómo debía ser el final de la cinta en
la sala de montaje haciendo que el equipo tuviera que improvisar dicho final
utilizando los planos rodados intencionadamente para otro totalmente distinto. Todas
estas teorías no hacen sino confirmar un hecho que ya me ha quedado claro tras visionar
más de una peli de este señor: puede que no sea tan desastroso tras la cámara
como otros italianos infames como Umberto Lenzi o Bruno Mattei, pero desde
luego que es un manazas en toda regla. Las técnicas visuales utilizadas en esta
peli podrían valer perfectamente para un giallo, un spaghetti western o
cualquier otra exploitation italiana, al final todo se reduce a la misma mierda
y a los mismos recursos repetidos una y otra vez (zooms salvajes, planos
intercalados de los ojos de los distintos miembros del reparto en las
secuencias, montaje plano-contraplano en las conversaciones…). Si sumamos a
esto el inconexo y simplón guión, y el desastroso montaje ya comentado, resulta
casi insultante ver como se habla en el fandom de Fulci como un cineasta bueno
de verdad e incluso se le pone por encima de compatriotas suyos que le dan mil
patadas sin problemas ya sólo por la complejidad técnica que incluyen en sus
largometrajes. Lo único que mola de este señor es la atmósfera que es capaz de
conjurar en ciertos momentos del film y las escenas truculentas con las que nos
deleita, y estos son méritos que tiene que compartir con escenógrafos,
maquilladores y responsables de efectos especiales. Fulci, en el fondo, es,
hasta que alguien me demuestre lo contrario, un patán como tantos otros
italianos que se pusieron tras una cámara en esos años y debería ser reconocido
como tal. Te pueden gustar más o menos ciertas cosas suyas, pero esto es un
hecho. Y es que así debe de ser, porque esa es la gracia que tienen estos exploiters.
Y ahora, después de haber despotricado
un poco sobre Fulci, llega el momento de comentar algo sobre la gente que le
acompañó en la confección de esta obra.
El guión corre a cargo de Dardano
Sacchetti, colaborador habitual de Fulci (El más allá; Aquella casa al lado del
cementerio; El destripador de Nueva York o Roma, año 2072: Los gladiadores)
pero que también hizo sus pinitos con otros tantos italianoides de la época,
tales como Lamberto Bava (Demons y Demons 2), Sergio Martino (Destroyer, brazo
de acero, El asesino del cementerio etrusco), Enzo G. Castellari (Los guerreros
del Bronx) o Alberto De Martino (El
hombre puma) y que además, en sus primeros trabajos, colaboro en el desarrollo
del argumento de dos películas con bastante reconocimiento entre los entendidos
del género, El gato de las nueve colas de Dario Argento y Bahía de Sangre de
Mario Bava.
El responsable del montaje, Vincenzo
Tomassi es uno de esos currantes involucrado en mil y una italianadas de la
época, entre las cuales, aparte de muchas de las pelis ya mencionadas (El más
allá; El destripador de Nueva York; Roma, año 2072: Los gladiadores…), destacan,
por mítica, Holocausto Caníbal de Ruggero
Deodato y, por asquerosa, Emmanuelle en América de Joe D’Amato, posiblemente
una de las películas de líne erótica más repugnantes y sórdidas jamás creadas.
Entre la caterva de nefastos actores que
pululan por el film destaca Catriona MacColl, tanto por realizar una
interpretación bastante decente teniendo en cuenta lo que le rodea como porque
con el tiempo acabaría convertida en actriz de culto al haber colaborado con
Fulci en las tres pelis que conforman la denominada “Trilogía de la Muerte”
(que vienen a ser la peli que nos ocupa hoy, El más allá y Aquella casa al lado
del cementerio). También resulta curioso
ver cameos tanto del propio Fulci, interpretando a un médico forense, como de
un joven Michelle Soavi (otro director de género de la época y responsable de
películas como Aquarius y El engendro del diablo), el cual inicialmente iba a
tener un papel más importante que posteriomente sería interpretado por Giovanni
Lombardo Radice, quedando su participación en la película reducida a unos
escasos minutos.
Merece una mención especial la banda
sonora, obra de Fabio Frizzi (otro colaborador habitual de Fulci) que si bien
es bastante intrascendente en su mayor parte, tiene un tema que me fascina
(aquel que suena en el momento en que los muertos comienzan a levantarse de sus
tumbas y cuando los protagonistas se adentran en las catacumbas al final de la
peli) por como enlaza unos coros malrolleros de ultratumba con unos
sintetizadores y unos ritmos de percusión que parecen preceder a un videoclip de
Michael Jackson.
Y, como siempre que uno se pone a
indagar en esta clase de productos, es inevitable toparse con datos que rayan en la leyenda urbana.. Se rumorea
que el equipo fue echado a patadas del cementerio real en el cual grabaron la
secuencia inicial del suicidio del cura porque desenterraron algunos de los
ataúdes para darle más realismo a la escena. Más chungas aún son las afirmaciones
que dicen que un miembro del reparto (los dedos acusadores señalan a uno de los
protagonistas, Christopher George) acabó tan hasta los huevos del carácter del
director que, tras el rodaje de la secuencia de la lluvia de gusanos, cogió un
buen puñado de estos anélidos y los introdujo en la bolsa de tabaco del propio
Fulci quien, según esos mismos rumores, llegó a fumarse esa repugnante mezcla
en días posteriores.
Dicho esto, el colofón final. Miedo en
la ciudad de los muertos vivientes se estrenó en España en 1980 y llevó a las
salas a algo más de 185.000 espectadores. Con el tiempo se editó en VHS con el
mismo título (aunque por Internet corren fotos de una supuesta edición
chusquera en vídeo de la peli editada bajo el título de Entrada al Infierno) y,
con los años, vería también la luz en DVD editada por Manga Films y, cuando
está cerró, reeditada de manera no demasiado lícita por una de esas compañías
de dudosa reputación que tanto abundan hoy día.
Con algo más de experiencia ganada en
torno a la filmografía de Lucio Fulci y el microuniverso del fantaterror italiano
me quedan claras diversas cosas. Por un lado, personalmente, me parece que
Miedo en la ciudad de los muertos vivientes es claramente superior a El
destripador de Nueva York por una sencilla razón: he podido verla casi
completamente del tirón sin aburrirme demasiado, cosa que no conseguí con la
segunda. Por otro, he llegado a la conclusión que la mayoría de estas
italianadas son un coñazo que te cagas e irregulares como ellas solas, pero
también son el tipo de pelis que te ves cuando eres adolescente y estás
entrando en el mundo del cine de terror y te flipas con ellas. Quizá sea eso lo
que hace que todo un sector del público atraído por estas pelis las venere
tanto. Yo, por mi parte, me remito a lo que he dicho anteriormente. Se puede
decir que las pelis de Fulci tienen algún momento impactante, incluso aspectos
buenos, pero de ahí a decir que es uno de los grandes cineastas del género de
terror italiano, vamos….ni de puta broma.