lunes, 8 de enero de 2018

MIEDO EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS VIVIENTES de Lucio Fulci


Título: Miedo en la ciudad de los muertos vivientes (Paura nella citá dei morti viventi)
Director: Lucio Fulci
Año: 1980
Guión: Dardano Sacchetti
Intérpretes:  Catriona MacColl (Mary Woodhouse), Christopher George (Peter Bell), Carlo de Mejo (Gerry), Janet Agren (Sandra),  Antonella Interlenghi (Emily Robbins), Giovanni Lombardo Radice (Bob), Fabrizi Jovine (Padre William Thomas)

Mi experiencia con  los directores míticos del cine de terror italiano de los 80 es extremadamente limitado, tanto en lo referente a exploiters sinvergüenzas y manazas excesivamente reivindicados por fans gilipollas (que los hay a patadas) como a directores buenos de verdad  (un círculo que prácticamente se reduce a Argento y Mario Bava). Uno de los personajes más reconocidos de este mundillo es Lucio Fulci, del que ya hablé algo en su momento en la reseña que hice de la única peli suya que había visto hasta el momento, El destripador de Nueva York. Este señor, como tantos otros directores italianos, se curte en el spaghetti western, la comedia y en exploitations de distinta naturaleza, tonteando un poco con el giallo incluso, antes de saltar al cine de terror, donde ya se asentó definitivamente en los años dorados de su carrera consagrándose como uno de los más míticos de este grupúsculo de autores.
Miedo en la ciudad de los muertos vivientes surge como una consecuencia directa del debut de Fulci en el cine de terror, Nueva York bajo el terror zombies (o, como se la conoció en USA y otros mercados extranjeros en un claro ejemplo de oportunismo aprovechando el tirón de las pelis de George A. Romero,  Zombi 2), y al igual que esta, intento aprovecharse de la moda zombi de la época lanzándose en territorio americano como Twilight of the Dead (acaso un intento de hacerse pasar por una secuela de Dawn of the Dead , aka Zombi para los españoles). Para disgusto de aquellos que pusieron pasta para el proyecto, la distribuidora de la susodicha peli de Romero les puso sobre aviso con una amenaza de pleito (que llegó en un momento en el cual ya se habían fabricado posters y demás material publicitario con el título original, el cual se dice que directamente fusilaba el arte original de Zombi) y tuvieron que dar marcha atrás lanzando la peli en  USA como City of the Living Dead (aunque dependiendo de donde uno busque también se la puede encontrar como Fear in the city of the Living Dead o Gates of Hell).
El film nos cuenta como en un pueblecito norteamericano un párroco se suicida colgándose de un árbol del cementerio local, hecho que provoca que en ese lugar se abra un portal al infierno, lo que desencadena fenómenos extraños, apariciones espectrales y el alzamiento de los muertos desde sus tumbas. Así, una médium que tiene una visión de todo el percal durante una sesión de espiritismo y un periodista que tropieza accidentalmente con la historia se lanzarán en una carrera contrarreloj para detener el inminente apocalipsis.
Hay quien dice ver referencias a Edgar Allan Poe en la película, otros afirman que es una trama muy Lovecraftiana (una sucia mentira, las referencias al escritor de Providence comienzan y acaban con el guiño que supone el nombre del pueblo donde transcurre la acción, Dunwich). Yo lo que veo es un argumento muy simple que es una mera excusa para mostrar lo que verdaderamente interesante de estas pelis y por lo que son reconocidas al final, la casquería, intercalando burradas con escenas de personajes elucubrando sobre los hechos acaecidos y unos protagonistas que se toman la tarea de salvar con total y absoluta parsimonia, todo hecho de una manera bastante torpe e inconexa (las transiciones entre escena y escena no es que sean cortes, es que directamente mutilan el metraje).
Si bien considero que El destripador de Nueva York es más bruta, Miedo en la ciudad de los muertos vivientes tampoco se queda demasiado rezagada al respecto. De los momentos particularmente gore que tiene la cinta destaca  por asqueroso y efectivo aquel en el que una de las actrices vomita sus propias vísceras, escena para la cual Fulci instó a la pobre infeliz a ingerir tripas de cerdo para posteriormente deglutirlas, en una de esas decisiones que hizo que el italiano no acabara cayendo demasiado bien a los miembros del reparto. Junto a esta  han quedado en la memoria del fandom la escena de la lluvia de gusanos (para la cual se utilizaron dos máquinas de viento y 10 kg de gusanos reales), la perforación craneal realizada a uno de los personajes con un taladro eléctrico y la secuencia final que te deja con una sensación de incertidumbre absoluta por no decir de “What the fuck!”. Sobre esta última escena corren toda una serie de teorías que intentan explicar el resultado visto en el montaje final. Hay quién dice que este fue totalmente intencionado y que la versión vista es la única que se rodó, hay quien dice que parte del celuloide correspondiente a las tomas finales se dañó durante el montaje y que se tuvo que improvisar una solución apresurada con el material que se pudo rescatar, y hay quien directamente afirma que el propio Fulci, con todo el metraje rodado ya, cambió de idea sobre cómo debía ser el final de la cinta en la sala de montaje haciendo que el equipo tuviera que improvisar dicho final utilizando los planos rodados intencionadamente para otro totalmente distinto. Todas estas teorías no hacen sino confirmar un hecho que ya me ha quedado claro tras visionar más de una peli de este señor: puede que no sea tan desastroso tras la cámara como otros italianos infames como Umberto Lenzi o Bruno Mattei, pero desde luego que es un manazas en toda regla. Las técnicas visuales utilizadas en esta peli podrían valer perfectamente para un giallo, un spaghetti western o cualquier otra exploitation italiana, al final todo se reduce a la misma mierda y a los mismos recursos repetidos una y otra vez (zooms salvajes, planos intercalados de los ojos de los distintos miembros del reparto en las secuencias, montaje plano-contraplano en las conversaciones…). Si sumamos a esto el inconexo y simplón guión, y el desastroso montaje ya comentado, resulta casi insultante ver como se habla en el fandom de Fulci como un cineasta bueno de verdad e incluso se le pone por encima de compatriotas suyos que le dan mil patadas sin problemas ya sólo por la complejidad técnica que incluyen en sus largometrajes. Lo único que mola de este señor es la atmósfera que es capaz de conjurar en ciertos momentos del film y las escenas truculentas con las que nos deleita, y estos son méritos que tiene que compartir con escenógrafos, maquilladores y responsables de efectos especiales. Fulci, en el fondo, es, hasta que alguien me demuestre lo contrario, un patán como tantos otros italianos que se pusieron tras una cámara en esos años y debería ser reconocido como tal. Te pueden gustar más o menos ciertas cosas suyas, pero esto es un hecho. Y es que así debe de ser, porque esa es la gracia que tienen estos exploiters.
Y ahora, después de haber despotricado un poco sobre Fulci, llega el momento de comentar algo sobre la gente que le acompañó en la confección de esta obra.
El guión corre a cargo de Dardano Sacchetti, colaborador habitual de Fulci  (El más allá; Aquella casa al lado del cementerio; El destripador de Nueva York o Roma, año 2072: Los gladiadores) pero que también hizo sus pinitos con otros tantos italianoides de la época, tales como Lamberto Bava (Demons y Demons 2), Sergio Martino (Destroyer, brazo de acero, El asesino del cementerio etrusco), Enzo G. Castellari (Los guerreros del Bronx) o  Alberto De Martino (El hombre puma) y que además, en sus primeros trabajos, colaboro en el desarrollo del argumento de dos películas con bastante reconocimiento entre los entendidos del género, El gato de las nueve colas de Dario Argento y Bahía de Sangre de Mario Bava.
El responsable del montaje, Vincenzo Tomassi es uno de esos currantes involucrado en mil y una italianadas de la época, entre las cuales, aparte de muchas de las pelis ya mencionadas (El más allá; El destripador de Nueva York; Roma, año 2072: Los gladiadores…), destacan, por mítica, Holocausto Caníbal de Ruggero Deodato y, por asquerosa, Emmanuelle en América de Joe D’Amato, posiblemente una de las películas de líne erótica más repugnantes y sórdidas jamás creadas.
Entre la caterva de nefastos actores que pululan por el film destaca Catriona MacColl, tanto por realizar una interpretación bastante decente teniendo en cuenta lo que le rodea como porque con el tiempo acabaría convertida en actriz de culto al haber colaborado con Fulci en las tres pelis que conforman la denominada “Trilogía de la Muerte” (que vienen a ser la peli que nos ocupa hoy, El más allá y Aquella casa al lado del cementerio).  También resulta curioso ver cameos tanto del propio Fulci, interpretando a un médico forense, como de un joven Michelle Soavi (otro director de género de la época y responsable de películas como Aquarius y El engendro del diablo), el cual inicialmente iba a tener un papel más importante que posteriomente sería interpretado por Giovanni Lombardo Radice, quedando su participación en la película reducida a unos escasos minutos.
Merece una mención especial la banda sonora, obra de Fabio Frizzi (otro colaborador habitual de Fulci) que si bien es bastante intrascendente en su mayor parte, tiene un tema que me fascina (aquel que suena en el momento en que los muertos comienzan a levantarse de sus tumbas y cuando los protagonistas se adentran en las catacumbas al final de la peli) por como enlaza unos coros malrolleros de ultratumba con unos sintetizadores y unos ritmos de percusión que parecen preceder a un videoclip de Michael Jackson.
Y, como siempre que uno se pone a indagar en esta clase de productos, es inevitable toparse con  datos que rayan en la leyenda urbana.. Se rumorea que el equipo fue echado a patadas del cementerio real en el cual grabaron la secuencia inicial del suicidio del cura porque desenterraron algunos de los ataúdes para darle más realismo a la escena. Más chungas aún son las afirmaciones que dicen que un miembro del reparto (los dedos acusadores señalan a uno de los protagonistas, Christopher George) acabó tan hasta los huevos del carácter del director que, tras el rodaje de la secuencia de la lluvia de gusanos, cogió un buen puñado de estos anélidos y los introdujo en la bolsa de tabaco del propio Fulci quien, según esos mismos rumores, llegó a fumarse esa repugnante mezcla en días posteriores.
Dicho esto, el colofón final. Miedo en la ciudad de los muertos vivientes se estrenó en España en 1980 y llevó a las salas a algo más de 185.000 espectadores. Con el tiempo se editó en VHS con el mismo título (aunque por Internet corren fotos de una supuesta edición chusquera en vídeo de la peli editada bajo el título de Entrada al Infierno) y, con los años, vería también la luz en DVD editada por Manga Films y, cuando está cerró, reeditada de manera no demasiado lícita por una de esas compañías de dudosa reputación que tanto abundan hoy día.
Con algo más de experiencia ganada en torno a la filmografía de Lucio Fulci y el microuniverso del fantaterror italiano me quedan claras diversas cosas. Por un lado, personalmente, me parece que Miedo en la ciudad de los muertos vivientes es claramente superior a El destripador de Nueva York por una sencilla razón: he podido verla casi completamente del tirón sin aburrirme demasiado, cosa que no conseguí con la segunda. Por otro, he llegado a la conclusión que la mayoría de estas italianadas son un coñazo que te cagas e irregulares como ellas solas, pero también son el tipo de pelis que te ves cuando eres adolescente y estás entrando en el mundo del cine de terror y te flipas con ellas. Quizá sea eso lo que hace que todo un sector del público atraído por estas pelis las venere tanto. Yo, por mi parte, me remito a lo que he dicho anteriormente. Se puede decir que las pelis de Fulci tienen algún momento impactante, incluso aspectos buenos, pero de ahí a decir que es uno de los grandes cineastas del género de terror italiano, vamos….ni de puta broma.