lunes, 28 de marzo de 2016

WISHMASTER 2: EL MAL NUNCA MUERE de Jack Sholder

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Título: Wishmaster 2: El Mal nunca muere (Whismaster 2: Evil Never Dies)
Director: Jack Sholder
Año: 1999
Guionista: Jack Sholder
Intérpretes: Andrew Divoff (Djinn/Nathaniel Demarest), Holly Fields (Morgana), Chris Weber (Eric), Oleg Vidov (Osip)

Primera secuela de las cuatro entregas que tuvo la saga Wishmaster. A pesar de que la primera costó unos 5 millones de dólares y recaudó 15 no debió de convencer a los productores (ahora ya sin el nombre de Wes Craven entre ellos) lo suficiente cómo para llevarla a la gran pantalla, así que esta y sus sucesoras se convirtieron en productos directos al mercado del vídeo, ¿la consecuencia más directa de esto? , que ya desde el primer momento se nota el abaratamiento sufrido.
Dónde en la primera entrega teníamos detrás de la dirección a Robert Kurtzman (uno de las mentes maestras fundadoras de la reconocidísima compañía de efectos especiales KNB) aquí tenemos a Jack Sholder (director de Pesadilla en Elm Street 2, Arachnid para la Fantastic Factory y mucha morralla televisiva), dónde en la primera teníamos a cargo de los efectos especiales a los compañeros de fatigas de Kurtzman,Greg Nicotero (discípulo de Tom Savini) y Howard Berger, aquí tenemos al inconmensurable Anthony C. Ferrante, director de las tres entregas de Sharknado y encargado de maquillaje y efectos especiales no sólo en la práctica totalidad de las producciones del señor Brian Yuzna (vease El Dentista, su secuela, Rottweiler una vez más para la Fantastic Factory o El Embrión), sino también en la ya mencionada Arachnid  y en mierdotes del calibre de la ya comentada en este santo blog, Scarecrow, de la infame productora The Asylum. Dónde en la original desfilaban en forma de cameos grandes figuras del cine de terror como Kane Hodder, Robert Englund y Tony Todd entre otros, aquí nos tenemos que conformar con la participación de secundarios de la altura de Tommy "Tiny" Lister o Robert LaSardo. Si a esto le sumamos la ausencia de nombres cómo el mencionado Wes Craven o el compositor Harry Manfredini (autor de la música de todas las entregas de Viernes 13 hasta  Jason X ), podemos imaginarnos la calidad del producto al que nos vamos a enfrentar. Pero he aquí que, a pesar de todo esto, la película, en toda su torpeza resulta mínimamente entretenida, y hasta risible en ciertos momentos, lo cual no hace sino restar pesadez a un producto que se nota desde un principio pobretón hasta decir basta.
En esta ocasión, el genio de la primera parte es liberado accidentalmente de su prisión en el "Ópalo del fuego sagrado" durante un robo en una galería de arte, y,al igual que en la primera entrega, se dedicará a buscar a aquella que lo ha liberado para que cumpla la profecía por la cual, tras concederle tres deseos a la susodicha, se abrirá un portal entre nuestro mundo y el de los Djinns, a través del cual subyugarán a la raza humana. Todo esto mientras, al igual que en su predecesora, va concediéndole deseos mortales a la gente y apoderándose de sus almas, muertes, dicho sea de paso, rebuscadas, pero menos originales que en la primera entrega, aunque eso sí, mucho más cómicas (brutal el momento del preso que atraviesa los barrotes y el del abogado follándose a sí mismo). Y al margen de estas muertas, ¿Qué tenemos?, pues una pelea carcelaria que parece extraída de una producción de kung-fu de baja estofa, un cura que a la mínima que puede se salta el celibato con la chica de turno, una protagonista que decide purificar su alma y encaminarse hacia el camino divino siguiendo el lógico proceso de quitarse todos los piercings, pendientes y maquillaje que viste y, además, cortarse un dedo meñique; el sempiterno rictus de Andrew Divoff, único participante de la película original que repitió en la secuela (y que no volvería a hacerlo en las siguientes entregas de la saga), una trama que fotocopia la de la primera entrega pero rellenándola con sustos baratos y repetitivos (el de la mano del Djinn que aparece de la nada en sueños se repite cómo tres o cuatro veces) y fracasando en los momentos dónde la primera triunfaba (especial hincapié hay que hacer en la escena de la primera aparición del Djinn que aquí casi que da risa y la masacre final en el casino, dónde queda patente el hecho de que no había un puto duro más para conseguir emular su escena homóloga en la primera parte).
En resumen, una puta mierda pero yo me he reído viéndola y he llegado al final sin problemas. O dicho de otra forma, mala pero divertida.




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